En España hay un dicho popular que dice "Irse por los cerros de Úbeda". ¿Y de dónde viene esta expresión? Pues nos tenemos que trasladar hasta el siglo XIII, a Andalucía, en plena lucha entre las tropas de Fernando III el Santo y los almohades. Nuestro protagonista es capitán, se llama Álvar Fánez, alias "El Mozo", y se hizo famoso al desaparecer instantes antes de entrar en combate, presentándose en la ciudad una vez que ésta había sido reconquistada. Mira qué listillo. Al preguntarle el rey dónde había estado, el tal Álvar contestó ni corto ni perezoso que se había perdido por los cerros de Úbeda, pero el problema es que nadie se lo creyó porque esos montes no son tan grandes como para extraviarse. La frase, claro está, pasó a la historia primero, como signo de cobardía y luego para describir a alguien que divaga o se hace el loco evitando una pregunta contestado otra cosa.
Bueno, este fin de semana he estado de paseo por los cerros pero no por los de Úbeda sino por los de Bogotá. Yo vivo en un barrio que se llama Chapinero y lo mejor es que puedo salir de casa andando y en menos de media hora de subida me encuentro en plena selva, sin exagerar. Me veis en la foto con Paula, Fiona y Tacho. Os quiero!!!
Los cerros son parte de la cordillera oriental de los Andes, ocupan un área de unos 14 mil metros cuadrados, tienen picos de 3.600 metros de altura y más de 130 fuentes de agua. Sirven de pulmón para la ciudad a la que bordean por su costado oriental, paran los vientos y son una excelente referencia cuando se está perdido. Os recuerdo que en Bogotá las carreras van paralelas a los cerros, empezando por la 1ª, la más cercana al cerro, y en orden ascendente hacia el occidente de la ciudad. Por el contrario, las calles van perpendiculares a los cerros, empezando por la calle 1, en el barrio de La Candelaria, y ascendiendo hacia el norte. Así que cuando uno no tiene ni idea dónde está, busca los cerros y se ubica.
Los indígenas muiscas los cuidaron celosamente porque para ellos eran sagrados, pero llegaron los españoles y talaron bosques enteros para construir la nueva ciudad colonial. Y hasta obligaron a las comunidades indígenas a aportar una cuota determinada en cargas de leña que se llamó "mita de leña". Esta salvaje deforestación se mantuvo hasta bien entrado el siglo XX. Dicen que poco queda ya de sus frondosos bosques, de sus plantas, de sus cristalinas y caudalosas lagunas y ríos. Pero a una murciana como yo, acostumbrada a paisajes más bien desérticos, caminar por estos cerros es como estar en medio de la jungla. Y pienso seguir subiéndolos y buscándolos desesperadamente con la mirada cuando me sienta perdida.
Nunca he caminado por esos cerros, siempre los miré desde abajo, eso si, con mucho cariño y admiración por el pulmón que suponen para la ciudad :)
ResponderEliminarEspero que un día nos puedas acompañar a conocerlos.
Besos.
El paseo por los cerros es precioso y claro que os acompañaré encantada a recorrerlos!!!
EliminarGracias, te tomo la palabra :)
ResponderEliminar