De todos los árboles que he conocido en Colombia el que más me gusta es la Tibouchina lepidota, el sietecueros para que nos entendamos, llamado así por las múltiples capas que se desprenden de su corteza. Crecen por toda la cordillera de los Andes, de Venezuela a Perú, entre los 2.200 y 2.700 metros sobre el nivel del mar y pueden llegar a alcanzar hasta los 20 metros de altura. Ahora están en plena floración y es un espectáculo verlos cuajados de sus flores de cinco pétalos -las preferidas de los colibríes- que van del color fucsia, al lila, pasando por el morado pálido. Muy apreciado por su leña, sus hojas están recubiertas de pequeñas y duras escamas.
Los sietecueros en la mitología griega simbolizan la fuerza del amor que le dio vida eterna a Eros y Psiqui. Además, en un bosque de sietecueros la bella durmiente esperó el beso del príncipe encantado durante cien años. Qué romántico. Los indígenas ya utilizaban parches con su extracto para regenerar cicatrices; ahora una empresa de cosmética colombiana comercializa un protector cutáneo que previene a las células del envejecimiento oxidativo.
Lo que yo no sabía es que un sietecueros es además un tumor que se forma en el pie, especialmente entre quienes andan descalzos y un gusano de grandes dimensiones, muy grueso y duro. Qué asco. Y pensar que se llaman igual que mi árbol preferido.
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