El otro día me contaron una historia que me puso los pelos de punta y que por lo que pude comprobar todavía Colombia no ha podido olvidar.
22 de junio de 1994. Mundial de Estados Unidos. Partido entre la anfitriona y Colombia en el estadio Rose Bowl de Los Ángeles ante más de 93.000 espectadores. En el minuto 13 del encuentro, el defensa colombiano Andrés Escobar, conocido como "El Caballero", intenta despejar un balón, ante la presencia del estadounidense John Harkes, con tan mala suerte que lo mete dentro de su propia portería. EE.UU gana el partido 2-1 y Colombia queda fuera del Mundial.
De regreso, Escobar disfruta de unas vacaciones en su ciudad, Medellín. Una noche, en una discoteca, se encuentra con Humberto Muñoz Castro quien le insulta por el fatídico autogol ante Estados Unidos. El futbolista intenta no pelear pero Muñoz, al que llaman "El Marrano", ni corto ni perezoso, no se lo piensa dos veces y le pega doce tiros con su revólver calibre 38. Andrés Escobar, de 27 años, no llega vivo al hospital. Más tarde se sabe que Muñoz ha sido contratado por Juan Santiago y Pedro David Gallón, dos mafiosos de las apuestas deportivas.
Al conocerse la muerte de "El Caballero", Colombia entra en estado de shock. El asesino es condenado a 43 años de cárcel, pero once años más tarde sale en libertad condicional por "buena conducta". El país entero observa con estupor cómo el individuo que se cargó al futbolista vuelve a pisar la calle.
Pobre Ándres. Él que decía eso de que "en el fútbol queda demostrada la estrecha relación entre la vida y el juego. En el fútbol, a diferencia del toreo, no hay muerte. En el fútbol, jugando, no matan a nadie. Es más alegría, diversión". Pues ya ves cómo terminó.
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