La que veis en la foto se llama María Yolanda Emiliani Román y en 1934, con 19 años, fue coronada en Cartagena de Indias la primera "Señorita Colombia" en el Concurso Nacional de Belleza, todo un acontecimiento desde entonces en este país. La cándida, caritativa y regordeta jovencita se presentó ante el jurado sin un gramo de silicona encima, ni postizos, ni más pintura que un poco de polvo de arroz y sus labios pintados de rojo y en forma de corazón. Y, faltaría más, no enseñó nada más arriba del tobillo.
Hay que ver cómo ha cambiado el cuento señores. Han pasado cerca de 80 años y todavía, llegado noviembre, medio país se despiporra por ver desfilar, subidas en tacones de 20 centímetros y en diminutos trajes de baño, a todas esas bellísimas mujeres de pechos siliconados que, desde la cuna, sueñan ser coronadas como las señoritas más bellas de Colombia. He leído por ahí que el peso medio de las candidatas es de 50 kilos y que para no engordar ni un gramo durante los días que dura el certamen se alimentan sólo de piña y atún. La verdad, no me gustaría estar en su pellejo con lo rico que se come aquí. Y como no es oro todo lo que reluce, os desvelo un truco de estas reinas de la belleza: para disimular la celulitis y las estrías -porque ellas también son humanas que os habíais pensado- se ponen una buena capa de laca en las piernas y se aplican cubitos de hielo antes de desfilar para el jurado.
A las pobres aspirantes no se les permite fumar en público, posar en ropa interior -y sin ropa interior ni que deciros-, hablar de sexo, política ni religión ni mucho menos ser amigas, amantes, esposas o ex-esposas de algún narco o criminal reconocido. Y mucho cuidado con sus primeras palabras si ganan el concurso; la "Señorita Colombia" 2009, Natalia Navarro, fue "crucificada" porque se atrevió a decir que los colombianos son unos "berracos", expresión demasiado vulgar, en opinión de muchos, para una miss digna de su corona.
Escándalos ha habido unos cuantos en la historia de este certamen. Los primeros llegarían por culpa de los trajes de baño y la oposición rotunda de la Iglesia Católica a que las candidatas se pasearan por ahí ligeras de ropa. La paranoia llegó hasta tal punto que un tal monseñor Builes llegó a afirmar que la ola de ataques de tiburón sufrida en el 51 por los habitantes de Cartagena -sede del concurso- fue nada más y nada menos que un castigo divino contra las candidatas. Vade retro. Más tarde aparecerían en escena los narcos y se harían públicos sus amoríos con algunas de las señoritas. En el 93 ocurrió lo impensable: Catherire Sánchez Hernández, la representante del departamento de Amazonas, estaba casada y embarazada de dos meses.
Ahora toda la documentación de las aspirantes se mira con lupa y el reglamento hay que cumplirlo al pie de la letra. Y es que no es fácil llegar a ser las más bella entre las bellas.
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