Mi amiga Paula está trabajando en Cali, así que el otro día me pidió que fuera a supervisar un almuerzo en Bogotá para el que le habían encargado el diseño del menú. Todas las recetas que servimos estaban elaboradas a base de tres frutos típicos colombianos: el chontaduro, el borojó y el tamarindo. Hoy os quiero hablar del primero de ellos.
Hasta hace no mucho, el chontaduro crecía silvestre y sólo se utilizaba para alimentar a los cerdos. Hoy en día, además de comerse cocinado, sirve de base para harinas, pastas y chicha, que es una bebida. De su semilla se saca aceite para cocinar y de los brotes jóvenes de la palmera en la que crece, palmitos. Su madera se utiliza en la construcción y para fabricar las teclas de la marimba. Con las hojas se tejen canastillos y con la corteza se fabrican esterillas. Hasta existe una empresa colombiana que ha empezado a comercializar y a exportar a medio mundo cosméticos a base de chontaduro, aprovechando su alta concentración de vitamina A, poderoso antioxidante.
En las esquinas, parques y semáforos de toda Colombia hay unos carritos, como los de la foto, en los que se venden chontaduros para comer solos o bien acompañados de sal, miel o limón. Tengo que reconocer que a mí así sin cocinar no me gustan nada -saben a rayos-, pero el otro día disfruté saboreando la crema de chontaduro, con aroma de cilantro y brocheta de camarones y el mouse de borojó y chontaduro que prepararon para el almuerzo. Todo estaba delicioso.
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