Lo mío con Kindi Llajtu ha sido un auténtico flechazo. Sólo tuve que ver el otro día una de sus piezas -la de la foto- colgando del techo del salón de casa de unas amigas para caer rendida ante su obra. Lo de enamorarme ha venido después de visitar ayer una exposición suya en la galería La Cometa de Bogotá.
Kindi es indígena, colombiano, nacido y crecido en una comunidad del alto Putumayo y, además, sobrino de otro gran artista, Carlos Jacanamijoy. En su lengua materna, el inga -el único idioma en Colombia derivado del quechua-, no existe la palabra arte, así que para explicar a lo que se dedica es necesario utilizar tres verbos: tejedor de colores, restaurador e intérprete de sueños. La verdad, es así como yo he sentido lo que hace.
Su trabajo es una maravillosa explosión de colores que -como dice él- "viene del subconsciente y se cruza con la mente". Kindi primero cubre el lienzo de muchos tonos y luego lo descubre raspando las capas y dejando salir lo que hay debajo con los pinceles y herramientas que él mismo fabrica porque -asegura- no le sirven los que hay en el mercado. Y entre este cubrir y descubrir la pintura se forman nuevos dibujos y planos que, como la memoria, acumulan y entrelazan recuerdos y llevan a un juego con el tiempo, a un ir y venir al pasado.
Pero volvamos a la foto de arriba -que por cierto es de mi amiga Paula que cuando no cocina se entretiene disparando sin parar con su cámara- y a esa canoa que, según la tradición inga, es llevadora de vida, contenedor y transporte del hombre a través de los ríos que son canales de conocimientos y de vida. Kindi ha pintado y tejido esta canoa con fibras naturales de preciosos colores. Y al tejerla -labor propia de las mujeres- ha querido representarla como símbolo de la madre que da la vida y lleva a sus hijos como un sostén a través del río de la existencia. La pieza es bellísima y ojalá navegará en el salón o en cualquier otro lugar de mi casa.
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