Además de metro, Medellín tiene Metrocable, un sistema de transporte por cable aéreo único en el mundo junto con el de Caracas. ¿Y en qué se diferencia este metrocable de otros instalados por medio mundo? En que el de la ciudad colombiana es un medio de transporte público permanente o de frecuencia continua, a diferencia de otros enfocados a transportes para fines específicos y con frecuencias no continuas, como por ejemplo los utilizados en estaciones de esquí o centrales hidroeléctricas.
Para llegar al metrocable, primero me subo al metro en una de las paradas cerca del hostal donde me hospedo. Nunca antes había visto unos vagones tan limpios, unas estaciones tan cuidadas, unos viajeros tan respetuosos. ¿Y cuál es el secreto de que el metro de Medellín parezca recién construido a pesar de tener ya más de diez años? Pues la pócima mágica se llama Cultura Metro, un programa de formación de usuarios -según me cuentan- que confía en el buen espíritu de la gente y en su capacidad para asumir normas y responsabilidades y participar activamente en la prestación del servicio. Paralelamente a este proceso de Formación de Usuarios, la Alcaldía ha puesto en marcha lo que se ha venido a llamar la Relación con la Comunidad que ha establecido unos canales de comunicación fluidos con los vecinos de las diferentes estaciones, generando así un sentido de pertenencia y una actitud de cuidado y preservación de las instalaciones. La fórmula ha sido un verdadero éxito y expertos de todo el mundo vienen a Medellín a conocer la transformación social que una obra de esta naturaleza ha supuesto para la sociedad.
En Metrocable hago el viaje hasta la parada del Parque Arví. Mis compañeros de cabina no son turistas, ni esquiadores ni nada por el estilo sino trabajadores que regresan a su casa en un pueblecito que se llama Santa Elena. Hablo con ellos y me cuentan que antes de existir el Metrocable el trayecto en autobús no era menor a una hora y que ahora llegan a su destino en un apacible y silencioso viaje por los aires y en tan sólo quince minutos. Sonríen. Cogemos altura, perdemos de vista la ciudad y empezamos a sobrevolar los bosques que rodean al parque. Ya no hay carros, ni ruido, ni casas. Tan sólo árboles, árboles y árboles, bancos de niebla y los cantos de los pájaros. No hablamos dentro de la cabina. Sobran las palabras. Está atardeciendo y las vistas son impresionantes.
En Metrocable hago el viaje hasta la parada del Parque Arví. Mis compañeros de cabina no son turistas, ni esquiadores ni nada por el estilo sino trabajadores que regresan a su casa en un pueblecito que se llama Santa Elena. Hablo con ellos y me cuentan que antes de existir el Metrocable el trayecto en autobús no era menor a una hora y que ahora llegan a su destino en un apacible y silencioso viaje por los aires y en tan sólo quince minutos. Sonríen. Cogemos altura, perdemos de vista la ciudad y empezamos a sobrevolar los bosques que rodean al parque. Ya no hay carros, ni ruido, ni casas. Tan sólo árboles, árboles y árboles, bancos de niebla y los cantos de los pájaros. No hablamos dentro de la cabina. Sobran las palabras. Está atardeciendo y las vistas son impresionantes.
Me despido de mis compañeros de viaje mientras aplaudo este sistema de transporte que ha servido para integrar a la ciudad comunas y áreas de difícil acceso y ligar a la vida cotidiana a grandes sectores de las clases menos privilegiadas. Bravo. Todo esto se merece un gran aplauso.
Muy interesante y reconfortante su blog, lo lei completo y en una sola sentada. Gracias. Camilo
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