viernes, 25 de noviembre de 2011

¡Qué locura arquitectónica!

La casa que veis en esta foto no está ni en El Cairo ni en Alejandría ni en Asuán sino en el mismísimo Medellín, en Prado Centro, uno de los barrios más queridos de la ciudad, el más exclusivo entre los años 30 y los 50 y toda una locura arquitectónica con edificaciones no sólo egipcias sino de estilo oriental, republicano, colonial, belle epoque, art decó, neoclásico y kitsch.

Paseo feliz una tarde de lluvia por este museo de la arquitectura entre guayacanes, ceibas y arrayanes e imagino a los ricas familias de la época regresando de sus viajes por el mundo cargadas de regalos y de fotografías de las casas de sus sueños que, con los años, conseguirían construir con ayuda de los mejores arquitectos y artesanos de la época.

En Prado Centro me pierdo entre las antigüedades de la tienda-galería "Casi nuevos" donde charlo con Mónica Pujo, su dueña, mientras su gata Misy duerme plácidamente junto a nosotras. Me cuenta que ella vivió en el barrio hasta los doce años pero que lo tuvieron que abandonar ante los graves problemas de inseguridad. Hoy, clínicas de salud, centros de arte, como Plaza Arte, compañías de teatro, como El Águila Descalza (en la foto de abajo), o ballets, como el Folclórico de Antioquia, lo han elegido como centro de operaciones.

Quedo fascinada con el Palacio Egipcio y por la noche, para mi sorpresa, mi amigo Carlos me cuenta que fue mandado construir en 1932 por su abuelo, primer optómetra de la ciudad, fundador de la óptica Santa Lucía, miembro de la Sociedad Astronómica de Francia, discípulo de Camille Flammarion  y un enamorado de todo lo que tuviera que ver con el país de los faraones que visitó en varias ocasiones. Don Fernando vivió allí cerca de cuarenta años con su mujer Soledad y sus 14 hijos, entre los que se encontraba Otto, el padre de mi amigo Carlos. En 1973 fue vendida. A la casa, propiedad actualmente de la institución educativa Cestec, se la bautizó en su día como Ineni, nombre que en egipcio significa “Princesa hereditaria de noble familia”. Y mientras ceno con Carlos y me cuenta anécdotas de su familia imagino lo bien que lo hubiéramos pasado mis hermanos y yo en un palacio como éste, correteando por el monumental patio de columnas con tallas de flores de loto y descifrando los jeroglíficos dibujados a golpe de cincel en sus paredes.


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