viernes, 20 de abril de 2012

Bailar, bailar

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A mi abuela siempre le gustó bailar; tenía mucho ritmo y era la admiración de las pistas de baile cuando iba a una boda. Yo, desde muy pequeña, también soy muy feliz moviéndome y en Barcelona descubrí los 5 Ritmos de Gabrielle Roth, un camino de exploración personal a través del cuerpo y su movimiento. En cada una de mis clases bailé mi felicidad, mis penas, mis miedos, mi amor, mis sueños, tantas y tantas cosas; cuando llegué a Bogotá lo seguí haciendo. 

Ayer fue un día muy especial para mí; Carolina Rudas, profesora de los 5 Ritmos en Colombia, me invitó a acompañarla hasta Juan XXIII, uno de los primeros barrios de invasión de Bogotá, construido en los 50 por un grupo campesinos de Boyacá desplazados por la construcción de la Represa del Guavio. ¿Y qué fuimos a hacer allí? Carolina, María y María Fernanda han montado la Fundación Impulso Móvil con la que quieren acercar prácticas de arte y movimiento a las comunidades más vulnerables entre las que se encuentran las abuelitas que nos estaban esperando en el salón comunal del barrio para bailar los 5 Ritmos con nosotras.

Me reciben tapadas con sus mantitas y sus ruanas; algunas, apoyadas en sus bastones; todos son besos y profundos abrazos, de los de verdad, sin trampa ni cartón; me emociono y me viene a la cabeza la imagen de mi abuela moviéndose sin parar. Hoy vamos a trabajar el caos, una de las cinco esencias rítmicas de esta técnica junto al fluido, el staccato, el lírico y la quietud. Carolina les pide que bailen esas situaciones de la vida que han movido sus cimientos, que las han cambiado. Empiezan a bailar y yo con ellas y juntas, recordamos ese momento en que todo cambió y le damos movimiento. Y esos cuerpecitos que hace minutos parecían viejos y cansados despiertan y rejuvenecen al ritmo de la música.

Ahora toca pintar: ¿Qué pasó en mi vida cuándo todo cambió? ¿Fue un momento o fueron varios? María, especialista en arte-terapia, les invita a tomar uno de los lápices de colores y, con los ojos cerrados y la mano no utilizada habitualmente, empezar a dibujar. Aparecen los primeros animales, los ríos, las pequeñas casas, las nubes, los árboles, las flores. Es la añoranza de la tierra perdida. Tengo ganas de abrazar una a una, decirles que entiendo su dolor, que estoy con ellas. Volvemos a la pista de baile; comienza de nuevo el movimiento. Respiro y me conecto con la energía sabia y amorosa de estas mujeres, con cada una de sus arrugas, con casa una de sus canas, con cada uno de sus dolores. Es hora de soltar todo lo que nos sobra, no dejar nada dentro. Y estas adorables abuelitas sacuden con fuerza sus cuerpos, sus brazos, sus piernas. Para terminar, una a una dobla cuidadosamente sus dibujos y los deposita en un recipiente donde serán quemados. Y una a una pronuncia una palabra a modo de sanción: Que mi dios me ayude; que todo se vaya al desierto, al mar; paz; reconciliación; sol de verano; humildad; salud; recuerdos lindos de mi casa; memoria; gloria; la unión de todos.

María Cecilia, Sacramento, Olimpia, María Elisa, Hortensia, Lola, Rosa, Leonor, Esther, Reina, Ercilia, Araceli, Silvia, María Pastora, María Elisa, Alejandrina, Rosa, María, Carolina y María Fernanda. Gracias por vuestro baile; gracias por vuestro amor.

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3 comentarios:

  1. Gracias por compartirlo...¡me encantó! Un beso, Ángela (Argentina)

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  2. Linda experiencia.

    Para mi el baile y la música son mis mejores vías de escape, por ello, esta historia me llegó al corazón... como casi todas...

    Como Ángela, te doy las gracias por compartirlo.

    Te mando un abrazo enorme :)

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