jueves, 6 de diciembre de 2012

Sebastián, su acordeón y "El Turco"

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Me gusta tocar el acordeón porque puedo expresar los sentimientos de mi alma a través del vallenato. Nada más conocerme y mirándome sin pestañear con sus preciosos ojitos me suelta esta frase y eso que tiene sólo 12 años. Yo me quedo de piedra y de verdad no sé qué más preguntarle después de esta profunda sentencia. Estoy en Valledupar, en un  viaje invitada por el Fondo de Promoción Turística, Fontur, y Sebastián Sepúlveda (en la foto) es alumno desde hace ya varios años de la Academia de Música Vallenata Andrés "El Turco" Gil, una institución en Colombia y en medio mundo donde la música se vive de verdad, pero de verdad de la buena, sin medias tintas. 

Es sábado por la mañana, la escuela está a reventar y la música se oye en cada esquina y sale de cada cuarto. En el patio, Sebastián, Franklin con su caja y el guacharaquero, del que no apunté el nombre pero del que nunca olvidaré sus zapatos rosados (en la foto de abajo) ni su frenético baile nos regalan algunos vallenatos memorables. Empiezo a emocionarme y me temo que como sigan así van a empezar a correr mis lagrimitas; es que estos días ando muy sensible y el vallenato dispara sin piedad directo al corazón.

"El Turco", promotor, director y todo en esta academia, con 7 años ya tocaba la trompeta. En el 66 empezó con el acordeón al que consiguió sacar sonidos hasta entonces desconocidos lo que le valió el apodo del "Rey del Disonante". A su casa empezaron a llegar alumnos de toda Colombia que querían aprender a hacer cantar y llorar al acordeón como él sólo sabía. El patio se quedó pequeño y decidió abrir esta academia que ya tiene 33 años y en la que estudian más de 1.000 niños. A Bill Clinton le cantaron La Gota fría en la Casa Blanca y tan impresionado quedó el ex presidente con la labor de la Academia que en uno de sus libros escribió esta preciosa frase: ‘Cuánto desearía que en cada zona de conflicto hubiera un maestro como ‘El Turco’ Gil”. A mí también me gustaría Sr. Clinton y mucho más después de haber tenido la inmensa suerte de visitar este reconfortante y esperanzador lugar donde al final consiguieron que de la emoción y con los versos que me dedicaron llorara como una magdalena.

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