Mi avión me deja en Leticia, la capital del Departamento del Amazonas. Un taxi me lleva hasta la agencia, meto cuatro cosas en mi mochila, me calzo mis botas de caucho para la lluvia y el barro y directa para la selva, a pasar la noche en una maloca, la casa comunitaria indígena.
Don Cayetano Sánchez me está esperando. Él es el “Abuelo Sabedor” de esta maloca de la etnia huitoto, el maestro espiritual, el dueño de la casa ceremonial, lugar de reunión y conocimiento. Llego al atardecer y su sobrino está triturando la hoja de coca que será mezclada con la ceniza de yarumo para ayudar a liberar los alcaloides y poder mambearla. El “Abuelo” me sienta a su lado en el mambeadero, el sitio sagrado de la maloca, representación del cosmos. Y yo que hace tan sólo unas horas estaba en Bogotá, rodeada de edificios, tiendas, ruido y coches y ahora me encuentro en este sitio perdido del mundo donde parece que el tiempo se ha parado y en el que no existe el teléfono, claro está, sino un instrumento de percusión de la época de Matusalén construido a base de palos y conocido como manguaré con el que envían mensajes de guerra y hasta de amor y con el que avisan a los vecinos de mi llegada. Yo en mi vida había visto mambear la hoja de coca así que os podéis imaginar la cara que se me queda cuando en medio de la oscuridad vislumbro a estos hombres medio desnudos con los mofletes hinchados, expulsando por la boca un polvillo verde y a los que no entiendo ni papa cuando hablan. Y haciéndole caso al refrán que dice eso de que allí donde fueres haz lo que vieres ni corta ni perezosa pruebo el mambe, el rape y el ambil, un extracto de tabaco, y escucho embobada las historias y cantos de esta gente que amablemente comparte conmigo su ancestral cultura y para los que la sagrada hoja de coca simboliza una bella mujer que los guía en el mundo del conocimiento y les ayuda a vencer la fatiga, el hambre y hasta el sueño.
Tras pasar la noche en una hamaca, eso sí con mosquitera para evitar los picotazos y oliendo a fruta madura y caguana –bebida hecha de almidón de yuca y jugo de piña-, y reponer fuerzas con un desayuno con casabe –el pan indígena-, y tucupí, una salsa negra y picante extraída de la yuca, nos adentramos de nuevo en la selva. Uy qué cielo más negro, vamos a aligerar el paso. Pero ni corriendo nos libramos del tremendo aguacero que nos cae encima y del que nos resguardamos con unas enormes hojas de platanillo que cortamos y que nos sirven de paraguas. ¿Próximo destino? Puerto Nariño; os iré contando.
Y de vosotros, ¿quién ha mambeado alguna vez?
Nunca me he mambeado, pero muy bella tu historia y me gusto mucho leerla, y la manera como la cuentas con esos ojos inocentes a esa realidad indigena y a sus tradiciones.
ResponderEliminareste ha sido uno de tus mejores articulos. Te felicito.
un abrazo de un paisa en USA.
Muchas gracias Carlos y un abrazo desde Bogotá :-)
EliminarYo lo hice en el amazonas en una maloca también! Es una sensación bien extraña!
ResponderEliminarUn abrazo y muchas gracias por compartir tus historias ;)
Un abrazo Luis y gracias a ti por leerme y escribirme!
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