viernes, 8 de julio de 2011
La vergüenza de llamarse Raspahierro
Hoy os cuento una historia tan real como cruel y mientras la escribo tengo ganas de llorar. Y es que cambiarle el nombre a alguien de forma irrespetuosa es también arrebatarle parte de su alma y de su identidad. En su documental "Nacimos el 31 de diciembre", la directora colombiana Priscila Padilla narra la lucha de cerca de 2.000 indígenas colombianos wayuus a quienes un buen día les dieron otro nombre, a cual más ridículo, absurdo y disparatado, porque los funcionarios de turno encargados de hacerles los papeles no entendían ni escribían su idioma - el wayuunaiki- ni ellos hablaban español. Por si esto fuera poco, y para no complicarse la vida, a todos les pusieron la misma fecha de nacimiento, el 31 de diciembre, y en la casilla de la firma estamparon "Manifiesta no saber firmar".
Así lo cuenta Estercilia Simanca, la autora del libro "Manifiesta no saber firmar. Nacido: 31 de diciembre" en el que se ha inspirado Padilla para rodar su documental: "Toda mi familia hizo una larga fila junto con otras gentes que venían de otras rancherías, para recibir una tarjetita plástica que ellos llamaban cédula. Ese día me enteré que mí tío Tanko Pushaina se llamaba Tarzán Cortés, que Shankarit se llama Máximo, que Jutpunachón se llamaba Priscila, que Yaya se llamaba Clara, que Castorila se llamaba Cosita Rica, que Kawalashiyú se llamaba Marquesa, que Anuwachón se llamaba John F. Kennedy, que Ashaneish se llamaba Cabeza, que Arepuí se llamaba Cazón, que Waríchón se llamaba Lebranche, que Cauya se llamaba Monrrinson Knudsen, que Cotiz se llamaba Alka-Seltzer, Jierranta se llamaba Hilda, el primo Rapayet Pushaina se llamaba Raspahierro, Matto se llamaba Bolsillo, y por un momento temí que conmigo pasara lo mismo".
Y lo más triste es que se trata de una realidad que se repite cada vez que los políticos de este país necesitan votos y hacen los papeles de forma masiva a los wayuus para desaparecer después. Mientras tanto, Rapayet Pushaina espera tener un nuevo carné en unos meses, que se haga justicia y poder cumplir su sueño -su legítimo derecho diría yo- de que en su tumba no se lea Raspahierro Pushaina sino su verdadero nombre. Y yo espero que alguien pida perdón.
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