Decía Feliza Bursztyn que todo es cuestión de inspiración (algo muy serio) y de soldaduras. Ayer descubrí la obra de esta colombiana que revolucionó con sus chatarras la escultura nacional, convirtiendo en arte el metálico desperdicio. Ahí la veis en la foto, trabajando con su inseparable collar de perlas.
Nacida en Bogotá en 1933, aprendió con Baldaccini a trabajar con poliuretano, metal desechado y maquinaria. Sin dinero ni para comprar chatarra, sus primeras obras las fabricó con latas de Nescafé que encontró en casa del arquitecto Rogelio Salmona.
Rebelde sin causa y dueña de una imaginación inagotable, a muchos de su época ni gustó su obra, tampoco su confesa simpatía por la izquierda ni sus sus idas y venidas a La Habana. Pero a ella le dio bastante igual, creó las primeras instalaciones que se vieron en Colombia, dotó al espacio y al espectador de otros protagonismos desconocidos para la época y trabajó y trabajó hasta que un 24 de julio de 1981 unos militares disfrazados de civil entraron en su casa con la excusa de buscar la espada de Bolívar que había sido robada y que luego se supo que se la habían llevado los del M-19. Pero lo único que registraron a fondo fue la cama matrimonial, que desarmaron y volvieron a armar. "Tal vez buscaban mis polvos perdidos", comentó más tarde Feliza con su gran sentido del humor. Lo que sí encontraron fue una vieja pistola Beretta que guardaba como chatarra, pretexto para acusarla y detenerla. Con el alma partida en dos, la artista tuvo que abandonar para siempre Colombia. Murió en París en 1982, tras unos años en México.
Tras su muerte, su gran amigo Gabriel García Márquez, escribió en El País: "Feliza no ha hecho nada más subversivo que convertir en obras de arte los accidentes de tránsito, con una temeridad que le ha costado una limitación pulmonar muy seria por los vapores tóxicos de la fundición, una limitación, dicho sea de paso, que le ha causado trastornos respiratorios, pero que no le ha quitado alientos para disparar las palabras del más grueso calibre en las visitas de sociedad".
Y lo que son las cosas. Ayer también me enteré de que mi amigo el poeta Ramón Cote -del que os he hablado en este blog- pasaba de pequeño los veranos en casa de Feliza en Medellín y que de estas aventuras veraniegas nació su libro "Feliza y el elefante" -que buscaré sin falta mañana en la librería- que escribió pensando en sus hijas y en el que Ramón nos habla del amor de la artista por el olor a vainilla, de su colección de mariposas disecadas, de su estrafalario carro anaranjado que siempre la dejaba tirada y de un insólito trasto de varillas colocado sobre un par de ruedas que le regaló y que no era otra cosa que un elefante.
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