Y yo que pensaba que había visto ya de todo en los autobuses de Bogotá. Que si un señor enfermo pidiendo pesos para comprar medicinas; que si una señora vendiendo bolígrafos y libretas; otro tipo ofreciendo paragüas; el que se sube y te canta unos temas. El rapero, el radio-cassette y su denuncia social. El mimo. La chica joven embarazada que necesita ayuda. El que toca el acordeón. El que acaba de salir de la droga.
Pero lo de ayer por la mañana fue insuperable. Os relato la secuencia. 11 horas. Recién salida de mi clase de yoga, bien inspirada y casi iluminada. Hace un día soleado. Paro al autobús que me lleva por toda la carrera séptima hasta casa. Me subo, pago el billete, me peleo como siempre con el torniquete de hierro que hay que girar para entrar y en el que siempre me quedo enganchada y cual es mi sorpresa cuando me encuentro parado de pie en medio del pasillo a un jovencísimo "hare hrishna" hablando al pasaje nada más y nada menos que del Bhagavad-Gita que, para quienes no lo sepáis, es un fragmento del Mahabharata, la más grande de las obras escritas en sánscrito que contiene todo el saber religioso de la India.
Qué nivel, pienso yo. Toda una lección de espiritualidad sobre cuatro ruedas. Y sí, sí. El chico, que por cierto tenía un gran don de palabra y una preciosa sonrisa, nos dio todo tipo de detalles sobre la reencarnación, el amor al prójimo, la paz espiritual, la meditación. Qué se yo. Y luego se puso a vender el libro al módico precio de lo que viene a ser al cambio 2 €. La verdad es que le compraron unos cuantos.
Lo mejor fue cuando nada más terminar esta reveladora y la verdad inesperada disertación sobre lo divino y lo humano, el conductor de la buseta nos puso a toda pastilla un vallenato. Así es Colombia. Tierra de contrastes.
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