Desde Los Llanos Orientales

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Anoche escribí este post mientras contemplaba uno de los cielos más bonitos de mi vida; tumbada sobre el pasto me sentí como si estuviera dentro de un planetario. Así son las noches en Los Llanos Orientales de Colombia donde desde que llegué hace dos días no he parado de aprender cosas: ahora sé cómo es un árbol de caucho -el de la foto- y los cuidados que necesita, cuánto puede llegar a costar un novillo, una vaca parida y una vaca orra y lo grande que es un toro cebú brahamán. 

Nunca pensé que una simple mazorca de maíz pudiera lucir tan bella en su planta antes de su cosecha ni que el aguardiente llanero calentara el pecho de esa manera. Me he despertado con el sonido de las aves y me he emocionado viendo salir el sol con su color rojizo entre estas interminables llanuras. Ahora soy consciente de lo amable que es la gente de esta tierra y las ganas que tengo de bañarme en sus ríos de aguas cristalinas. 

Me quedan todavía dos maravillosos días de viaje por delante y sueño con navegar por el río Meta, llegar hasta el mismísimo centro del país, probar la ternera a la llanera y el chigüiro, contemplar la puesta de sol, oír el sonido del arpa y ver bailar un joropo como dios manda. 

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