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Con este relato termina mi reportaje para la revista Volar de Satena sobre Caño Cristales. En unos días estará impreso y podrá leerse en todos los aviones de la compañía. Ojalá os haya gustado; a mí me ha hecho mucha ilusión compartir este gran viaje con vosotros.
(...) Hoy nos vamos otra vez de excursión ¿Nuestro destino? Ciudad de Piedra. Para llegar hasta allí navegamos desde La Macarena cerca de hora y media río Guayabero arriba en una apacible travesía en la que tenemos la inmensa suerte de ver babillas –caimanes pequeños-, tucanes, tortugas, micos tití, monos aulladores, perezosos y hasta un mono araña muy difíciles de ver en libertad y que presume ante nosotros haciéndonos todo un show de equilibrio y contorsión. No tengo fotos del animalito en cuestión porque estaba subido a un árbol bien lejos y mi cámara no tiene zoom suficiente pero os cuento que fue todo un espectáculo verlo colgarse de rama en rama y sujetarse ¡hasta con la cola!
La barca nos deja en El Raudal donde el río, hasta ahora bien tranquilo, corre y enloquece atrapado entre enormes rocas; hago muchas fotos con cuidado de no caerme al agua claro porque podríais darme por muerta. Martín tiene 14 años, vive con su familia en una casita pegada al río y va a ser nuestro guía. Tiene unos preciosos ojos y nos abre el sendero a golpe de machete. De repente llegamos a un campo lleno de heliconias, esas flores que en España llamamos flores del paraíso. Hay cientos de ellas y yo, embobada, porque antes sólo las había visto en las floristerías y en los preciosos jarrones que hace mi madre para decorar su casa.
Seguimos paseando entre palmeras, helechos, cruzando riachuelos y hasta espesa vegetación que a mí me parece de la mismísima selva teniendo en cuenta que vengo de una ciudad donde los árboles se cuentan con los dedos de la mano. ¿No importa el destino sino el camino, verdad? De repente, entre la sabana, como por arte de magia, aparecen ante nosotros unos enormes bloques de oscuras rocas calizas separados por unas avenidas cubiertas de hierba. Hemos llegado a la Ciudad de Piedra donde seguro hubo un mar y la erosión esculpió estas caprichosas formas que tienen forma de ballenas, aves, cuevas y hasta de personas. ¿Vivió alguien aquí? ¿Llego a ser una ciudad? Leyendas hay miles -hasta alguien por ahí habla de extraterrestres- para que cada cual se quede con la que más le guste. Lo que está claro es que el sitio tiene una energía muy especial, misteriosa que da mucho que pensar.
Qué hambre me ha dado la caminata y qué suerte tengo de poderme comer una deliciosa cachama frita -pescado de río- con arroz y patacones en casa de la madre de Darío, nuestro barquero- que me sabe a gloria bendita. Volvemos a La Macarena, es hora de regresar a Bogotá y abandonar esta tierra y este hermoso río a los que, como alguien me dijo, Dios miró de frente y no de reojo.
Podéis ver más fotos en este enlace.
La barca nos deja en El Raudal donde el río, hasta ahora bien tranquilo, corre y enloquece atrapado entre enormes rocas; hago muchas fotos con cuidado de no caerme al agua claro porque podríais darme por muerta. Martín tiene 14 años, vive con su familia en una casita pegada al río y va a ser nuestro guía. Tiene unos preciosos ojos y nos abre el sendero a golpe de machete. De repente llegamos a un campo lleno de heliconias, esas flores que en España llamamos flores del paraíso. Hay cientos de ellas y yo, embobada, porque antes sólo las había visto en las floristerías y en los preciosos jarrones que hace mi madre para decorar su casa.
Seguimos paseando entre palmeras, helechos, cruzando riachuelos y hasta espesa vegetación que a mí me parece de la mismísima selva teniendo en cuenta que vengo de una ciudad donde los árboles se cuentan con los dedos de la mano. ¿No importa el destino sino el camino, verdad? De repente, entre la sabana, como por arte de magia, aparecen ante nosotros unos enormes bloques de oscuras rocas calizas separados por unas avenidas cubiertas de hierba. Hemos llegado a la Ciudad de Piedra donde seguro hubo un mar y la erosión esculpió estas caprichosas formas que tienen forma de ballenas, aves, cuevas y hasta de personas. ¿Vivió alguien aquí? ¿Llego a ser una ciudad? Leyendas hay miles -hasta alguien por ahí habla de extraterrestres- para que cada cual se quede con la que más le guste. Lo que está claro es que el sitio tiene una energía muy especial, misteriosa que da mucho que pensar.
Qué hambre me ha dado la caminata y qué suerte tengo de poderme comer una deliciosa cachama frita -pescado de río- con arroz y patacones en casa de la madre de Darío, nuestro barquero- que me sabe a gloria bendita. Volvemos a La Macarena, es hora de regresar a Bogotá y abandonar esta tierra y este hermoso río a los que, como alguien me dijo, Dios miró de frente y no de reojo.
Podéis ver más fotos en este enlace.
Pufffff, sin palabras...
ResponderEliminarEstoy pendiente de que lo publiquen en la revista; cuando esté listo os enviaré el enlace...
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