A la entrada de Popayán paramos en el Camino Viejo: llevamos todo el viaje relamiéndonos sólo de pensar en las deliciosas y crujientes empanaditas y tamales de Pipián que preparan en este restaurante de comidas típicas payanesas. Creo que pocas cosas me gustan más en Colombia que estas empanadas rellenas de un puré hecho de patatas coloradas y aderezado con maní tostado y molido, ajo, huevo duro picado, tomate, cebolla y achiote que es un colorante natural. Son tan pequeñas y están tan ricas que no puedes parar de comerlas, mejor si las acompañas con ají de maní y de piña. Menudo festín nos damos; ni me acuerdo cuántas me llego a comer. Muchas, de eso estoy segura.
Es hora de patearnos Popayán, para algunos la ciudad más bonita de Colombia -muy conocida por su Semana Santa-, fundada en 1536 por el español Sebastián Belalcázar y en la que han nacido nada más y nada menos que quince presidentes de la República. Todo en Popayán es blanco, o casi todo, y hasta hace nada se pensó que así había sido desde tiempos coloniales. Pero estaban equivocados: con el terremoto de 1983 aparecieron pinturas murales en varias fachadas del centro histórico, dando al traste con el apelativo de "Ciudad blanca", arrastrado durante años y años. Ha costado más de una pelea pero al final se ha decidido recuperar los ocres, azules claros y amarillos de la auténtica ciudad colonial.
Paseamos entre iglesias, casonas y monasterios. Nos colamos en el museo dedicado al escultor Edgar Negret, levantado en la casa donde nació. Vemos la vida pasar en el Parque Caldas y nos hacemos fotos en el puente del Humilladero, construido en 1873 sobre doce arcos de ladrillo y calicanto. ¿Y sabéis de dónde le viene el nombre? Antes de su construcción existía una falla que hacía extremadamente difícil, por no decir casi imposible, la subida al centro. Los que la escalaban lo hacían casi que en cunclillas pretendiendo llegar al otro lado de la ciudad. Muchas veces la subida era de rodillas, por la inclinación de la pendiente. Toda una "humillación".
Cae la noche, se encienden los farolillos y es entonces cuando de verdad caigo rendida a los pies de esta ciudad.
Es hora de patearnos Popayán, para algunos la ciudad más bonita de Colombia -muy conocida por su Semana Santa-, fundada en 1536 por el español Sebastián Belalcázar y en la que han nacido nada más y nada menos que quince presidentes de la República. Todo en Popayán es blanco, o casi todo, y hasta hace nada se pensó que así había sido desde tiempos coloniales. Pero estaban equivocados: con el terremoto de 1983 aparecieron pinturas murales en varias fachadas del centro histórico, dando al traste con el apelativo de "Ciudad blanca", arrastrado durante años y años. Ha costado más de una pelea pero al final se ha decidido recuperar los ocres, azules claros y amarillos de la auténtica ciudad colonial.
Paseamos entre iglesias, casonas y monasterios. Nos colamos en el museo dedicado al escultor Edgar Negret, levantado en la casa donde nació. Vemos la vida pasar en el Parque Caldas y nos hacemos fotos en el puente del Humilladero, construido en 1873 sobre doce arcos de ladrillo y calicanto. ¿Y sabéis de dónde le viene el nombre? Antes de su construcción existía una falla que hacía extremadamente difícil, por no decir casi imposible, la subida al centro. Los que la escalaban lo hacían casi que en cunclillas pretendiendo llegar al otro lado de la ciudad. Muchas veces la subida era de rodillas, por la inclinación de la pendiente. Toda una "humillación".
Cae la noche, se encienden los farolillos y es entonces cuando de verdad caigo rendida a los pies de esta ciudad.
Muy bonito el relato que haces de tu estancia en mi ciudad. Ahora que desde Bogotá la extraño y leo tu post, me robas una sonrisa y con un poco de nostalgia te agradezco y mando muchos saludos.
ResponderEliminarQué alegría que te haya gustado lo que he escrito de Popayán. Muchas gracias por tu precioso mensaje y muchos saludos para ti también!
ResponderEliminarMaravilloso relato. Sencillo pero cálido, como nuestra Popayán del alma. Gracias !
ResponderEliminarGracias a ti y qué delicia que te haya gustado lo que he escrito...
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