Es martes, día de mercado y de reunión en Silvia de los indígenas misak a los que los españoles llamaron en su día guambianos. Una bellísima y solitaria carretera nos sube hasta este pueblecito del Cauca colombiano, a 2.600 metros de altitud y literalmente encajado entre verdes e imponentes montañas. Por algo la llaman "La Suiza de América". Llovizna y en nuestro coche suena el sitar de Ravi Shankar. Disfruto y doy gracias a la familia Silva por este maravilloso viaje con el que empiezo feliz el nuevo año.
La actividad en el centro de Silvia es frenética. Hay gente por todos lados. Veo a los primeros misak y quedo fascinada con sus sombreros de fieltro y oscuro color, a modo de bombín, que llevan sin distinción hombres y mujeres. Me cuentan que atrás quedaron otros en forma cónica -tampalkuare-, confeccionados en fibra vegetal por los más ancianos. Me sorprenden también las faldas de paño azul - lusig- que con gracia visten los hombres y las amorosas y coloridas bufandas que calientan sus cuellos. Ellas pasean con sus chales azules y los enormes collares de chaquira blanca. Nos acercamos hasta el mercado donde venden chales, ruanas y gorros tejidos en rudimentarios y precolombinos telares de madera. Qué explosión de color.
El misak es un pueblo cien por cien agrícola y por ello tienen claro que a la madre tierra hay que mantenerla, protegerla, calentarla, bailarla, cantarla y siempre, acompañarla. Quien no piensa y vive en comunidad, quien no acompaña, quien no da a cada quien el derecho que le corresponde, no es guambiano. Esta es su filosofía. Conservan su lengua materna, llamada Wampi-misamerawam, y la consideran un factor fundamental de su identidad étnica y cultural.
La actividad en el centro de Silvia es frenética. Hay gente por todos lados. Veo a los primeros misak y quedo fascinada con sus sombreros de fieltro y oscuro color, a modo de bombín, que llevan sin distinción hombres y mujeres. Me cuentan que atrás quedaron otros en forma cónica -tampalkuare-, confeccionados en fibra vegetal por los más ancianos. Me sorprenden también las faldas de paño azul - lusig- que con gracia visten los hombres y las amorosas y coloridas bufandas que calientan sus cuellos. Ellas pasean con sus chales azules y los enormes collares de chaquira blanca. Nos acercamos hasta el mercado donde venden chales, ruanas y gorros tejidos en rudimentarios y precolombinos telares de madera. Qué explosión de color.
El misak es un pueblo cien por cien agrícola y por ello tienen claro que a la madre tierra hay que mantenerla, protegerla, calentarla, bailarla, cantarla y siempre, acompañarla. Quien no piensa y vive en comunidad, quien no acompaña, quien no da a cada quien el derecho que le corresponde, no es guambiano. Esta es su filosofía. Conservan su lengua materna, llamada Wampi-misamerawam, y la consideran un factor fundamental de su identidad étnica y cultural.
Para los poco más de 21.000 misaks que habitan en Colombia -lo que representa el 3% de la población indígena nacional- en el principio fue el agua en las lagunas de las grandes montañas que corrió hacia abajo y formó el mar. Por eso son hijos del agua, la que brota bien fría en los páramos.
Tenemos que irnos. Me despido con la esperanza de regresar pronto y conocer mejor a este pueblo que sigue vistiendo a su manera y sin complejos como símbolo permanente de resistencia y distinción frente al mundo occidental y los demás pueblos indígenas.
Tenemos que irnos. Me despido con la esperanza de regresar pronto y conocer mejor a este pueblo que sigue vistiendo a su manera y sin complejos como símbolo permanente de resistencia y distinción frente al mundo occidental y los demás pueblos indígenas.
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