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Ya está listo mi reportaje sobre Bahía Solano y las ballenas yubarta para la revista Volar de Satena. Lo podéis leer en este enlace a partir de la página 36. Ojalá os guste. Las fotos que hice en este viaje están en mi fanpage de Facebook.
¿Quién de vosotros conoce Bahía Solano? ¿Y habéis visto alguna vez las ballenas?
En octubre de 2011 viajé a Buenaventura: recién había terminado una larga relación de pareja y me envolvía una enorme congoja.
ResponderEliminarEstuve en Buenaventura dos días y luego pasé a Ladrilleros. Había muchísima gente que provenía de diferentes regiones del país, "todos persiguiendo ballenas", yo tenía el corazón tan adolorido que pese a mi reducido presupuesto me ilusione con la idea de gastar todo el crédito de mis tarjetas en un buen hospedaje, sin embargo, como era el último fin de semana en que se podían ver estos "animalitos" todo estaba llenísimo. Camine con una maleta enorme y pesada casi dos horas, preguntando por hospedaje, pero me decían lo mismo: ¿usted sola?, si, yo sola. Al principio sonreía, pero con el cansancio y con la preocupación de no encontrar un lugar donde descansar el cuerpo y el corazón, la sonrisa fue convirtiéndose en una mueca de desagrado. Finalmente, entré a una tiendita y me atendió un muchacho muy amable, me apena no recordar su nombre, cuando le conté que había viajado sola y que no encontraba hospedaje, le pidió permiso a su tía, levanto la maleta, me dio una bolsa de agua y me llevo por varios hoteles en los que yo no había preguntado, pero tampoco logró conseguirme un lugar.
Recorrimos varias veces la calle principal de Ladrilleros, esa calle que lleva a la playa. Cuando pasamos por cuarta vez, una señora salió de un negoció, llamo al muchacho aparte, hablaron dos minutos y luego me preguntaron si quería quedarme con ella. La señora había divido su casa en varios cuartos, cada uno con baño, era un lugar muy modesto y oscuro. Ese lugar no tenía nada que ver con lo que yo había pensado, sin embargo, ya era tarde y decidí aceptar. El joven apunto su celular en un pedazo de cartón que me entrego antes de despedirse. La señora me hospedó en su casa, me dio agua de panela con limón, no me cobró un centavo y lo único que me aceptó fueron dos invitaciones a almorzar. Antes de irme me regaló una orquídea, que varios días después mi madre sembró en nuestra finca muy lejos del pacifico.
Estuve en la playa y deje que el mar negro y sombrío del pacifico me fuera consolando. El agua estaba tibia, deliciosa.
Al día siguiente muy temprano en la mañana salí a caminar por la playa, llegue al lugar donde desembarcan las lanchas, pregunté cuanto valía el recorrido para ver las ballenas y un señor que había viajado con su hija me invito a subir a la misma lancha. Su hija estaba acompañada de su novio, un paisa carretudo, casi embaucador, que hablaba tanto del mar, su fauna y su flora, que habría intimidado hasta Jacques Cousteau. Fuimos a un lugar que llaman negritos pacifico adentro y allí este par de enamorados se lanzaron a bucear. Estuvimos en el lugar un buen tiempo (casi dos horas) pero empezó a llover y el lanchero les pidió que subieran a la lancha nuevamente, llovía con furia y todo estaba oscuro y quizás por el miedo, yo sentía que las olas eran cada vez infinitamente más grandes. Todos teníamos miedo, menos el lanchero que nos miraba divertido. Tuve mucho miedo durante el recorrido. Y mientras llovía vimos el “lomo” de una ballena. De pronto ya no tuve miedo, fue tan emocionante, intimidante, sobrecogedor que el miedo se olvidó. La lancha se paró y estuvimos viendo como jugaba con su cría.
Fue realmente un momento muy hermoso.