viernes, 30 de marzo de 2012

De Chiquinquirá yo vengo de pagar una promesa


De verdad, no sé lo que me pasa; tengo claro que no se debe alterar el orden lógico de las cosas pues nada se consigue, pero a veces me olvido de todo esto y, como dice el refrán español, empiezo la casa por el tejado. Y eso es precisamente lo que hice el otro día: escribir sobre los días que estuve en Barichara, sin decir ni una palabra de cómo llegué hasta allí. Pero, siguiendo con el refranero español, como nunca es tarde si la dicha es buena, y en este caso la dicha es más que buena, ahí va mi relato del viaje.

Siempre me ha gustado viajar por carretera y ahora por Colombia, mucho más. Disfruto descubriendo a través de las ventanas esos paisajes nunca vistos que se van apareciendo sin avisar, como por arte de magia; soy feliz desviándome del camino para perderme entre las calles de ese lugar del que alguien me habló un día. Ya sabéis que hace unos días me fui a Barichara, uno de los pueblos más bonitos de este país a unos cuatrocientos kilómetros de Bogotá, en el Departamento de Santander y así fue el viaje.

Estoy feliz. Madrugamos y vemos amanecer por el camino. Todo va poco a poco despertando; nosotros, incluidos. Me pregunto cómo será de desesperante vivir siempre a oscuras. Rodamos y rodamos hasta llegar a la altura de unas altísimas montañas desde las que, según me cuenta Cuca, hace cientos de años los indígenas prefirieron saltar a modo de suicidio colectivo antes de morir y perder la honra a manos de los españoles. Triste historia. Probablemente yo hubiera hecho lo mismo.

Juan Luis conduce. A nuestra derecha dejamos la bella y apacible laguna de Fúquene. Dan ganas de tirarse de cabeza y cruzarla a nado. Ya no tenemos sueño pero sí mucha hambre, así que paramos para un reconfortante desayuno a base de almojábanas recién hechas, huevos pericos y tintos y de nuevo, en ruta, pasando por Chiquinquirá, famosa por su basílica y su estación de tren muy abandona y muy parisina. Recordamos a una jovencísima y pícara Brigitte Bardot cantando eso de “de Chiquinquirá yo vengo de pagar una promesa y ahora que estamos solitos dame un beso Teresa”. Abajo tenéis el vídeo.

El paisaje es un espectáculo: maizales, alisos, gigantescos robles, yarumos plateados, sietecueros nazarenos, acacias, guaduas y miles de árboles y de plantas más de las que no sé el nombre. De repente aparece el río Suárez. Dice Juan Luis que lo que le pasa es que ruge de nostalgia tras abandonar la sabana bogotana y emprender rumbo hacia el río Magdalena. Ya no nos dejará en todo nuestro camino. Llegamos a Barbosa, paraíso de la guayaba y el bocadillo –el de jamón serrano con el que sueño a diario no, ojalá, sino el típico colombiano hecho con esta fruta y queso-. Callejeamos hasta dar con la tienda donde venden las tradicionales arepas santanderianas, las que se hacen con maíz seco descascarado con ceniza, manteca de cerdo y aliñadas con cuajada o nata de leche, nada de margarina. Compramos para el desayuno. Me gusta viajar a este ritmo, lento, pausado, sin prisas

En la carretera nos cruzamos con varias mulas cargadas hasta arriba de caña de azúcar. Huele a panela. Apunto en mi inseparable libreta la visita a uno de los trapiches donde se elabora esta dulce delicia que, acompañada de limón, es remedio infalible para la gripe y que ya probé en Cali preparada por una adorable Marina. El río Suárez discurre ahora encajonado entre abruptas quebradas acompañado de caracolíes, ceibas y guayacanes anaranjados. De repente el paisaje se transforma; hemos llegado al bosque tropical seco y a Socorro, ciudad natal de Policarpa Salvarrieta, La Pola, heroína nacional. A lo lejos veo las cúpulas de la catedral construida a base de piedra. Hace mucho, mucho calor. Tras una pasada rápida por San Gil y su animada plaza de abastos, llegamos a Barichara, fin de viaje. Lo dicho; viajar por carretera sin prisa es una delicia, ¿coincidís conmigo?





jueves, 29 de marzo de 2012

Y se hizo la luz


El 18 de abril de 2004 la localidad de Bahía Portete, en la Alta Guajira colombiana, fue sitiada por un grupo de paramilitares. En medio de asesinatos, violaciones y desapariciones los vecinos, en su mayoría indígenas wayuu, tuvieron que huir y dejarlo todo. Muy pocos han regresado. 

Hace unos días os hablé en este blog del fotógrafo colombiano Santiago Escobar Jaramillo y de su proyecto Colombia, tierra de luz con el que busca reparar el daño hecho a las víctimas del conflicto armado, a través del arte y la fotografía. Pues bien, Santiago, junto a los también fotógrafos Juan Felipe Olave y Lina Grisales Galetzo, viajó el pasado 16 de marzo hasta Maicao, población guajira muy cerca de la frontera con Venezuela, para llevar a cabo uno de estos actos simbólicos de reparación al que ha llamado Ainküin que en lengua wayuunaiki (guajiro) significa entrar, pasar, continuar, cruzar. Eso es exactamente lo que quería Santiago: simbolizar una invitación para regresar a su tierra a los que todavía no lo han hecho. ¿Y cómo lo hizo? Construyendo y colocando unos portales de luz a modo de puertas abiertas al paisaje -los que veis en la foto- para que fueran cruzados por los vecinos que sí han regresado y que tuvieron la oportunidad de expresar sus emociones y sentimientos a través del gesto, el canto y la palabra. La frontera con Venezuela quedó así abierta de manera simbólica en forma de invitación a que las familias desplazadas que aún viven en Maracaibo y otros lugares de la Baja y Media Guajira retornen a la zona Alta de donde fueron desplazados.

Yo, como Santiago, pienso que la luz es sanadora y reparadora por lo que aplaudo desde lo más profundo de mi corazón este luminoso, comprometido y bellísimo trabajo que ha llevado la claridad a donde más se necesitaba. Podéis ver más fotos de esta intervención y conocer a fondo el proyecto de Santiago pinchando este enlace.



miércoles, 28 de marzo de 2012

Un vuelo de palabras


Tengo una pregunta para ti: ¿Si pudieras escribir un verso de no más de 140 caracteres qué le dirías a las víctimas del conflicto armado de Colombia? Ya sé, no eres poeta y nunca se te ha dado bien lo de escribir. Tampoco eres ni colombiano, ni colombiana o a lo mejor, sí. Pero todo esto, qué más da, si con tus palabras puedes solidarizarte con el dolor de todo un país que lleva décadas sufriendo y que quiere recuperar la normalidad. Y es que, como dice la poeta colombiana Piedad Bonet, no hay mayor dolor para las víctimas que la soledad. Yo no las quiero dejar solas, ¿y tú?

¿Te gusta la idea? Déjame que te la cuente mejor: el próximo 9 de abril Colombia celebrará el Día Nacional de la Memoria y Solidaridad con las Víctimas. Habrá marchas, conciertos y un montón de cosas más, pero yo me quedo con la iniciativa que han puesto en marcha la Alta Consejería para los Derechos de las Víctimas, la Paz y la Reconciliación, el Instituto Distrital de las Artes-IDARTES y la Revista Número bajo el lema Ni un minuto más de silencio: un vuelo de palabras por las víctimas. ¿Y cómo puedes participar? Pues como te contaba antes: enviando tu verso de no más de 140 caracteres al twitter @idartes, utilizando #artememoria hasta el 9 de abril. Si vives en Bogotá puedes depositar tu verso en las urnas que se colocarán el 9 de abril en el Teatro Municipal Jorge Eliécer Gaitán, en la carrera séptima. Y con tus palabras háblales de paz, de memoria, de amor, de derechos, de lo que quieras.

¿No es verdad, como oí decir al poeta y ensayista colombiano William Ospina, que el dolor del otro es el dolor propio? ¿No es cierto que a través del lenguaje podemos formar un tejido común de afectos, esperanzas y sueños? ¿Piensas, como yo, que la palabra es sanción y tiene la capacidad de hacernos volar y transformar la realidad? Por todo esto y por mucho más yo voy a enviar mi verso. Ojalá envíes tú también el tuyo. 


lunes, 26 de marzo de 2012

La pera de las Indias

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Me acabo de comer un aguacate que he comprado en la tienda de debajo de mi casa. Lo he preparado con un chorrito de aceite de oliva, un poco de pimienta y sal. Y estaba tan rico que no he podido resistir la tentación de ponerme a escribir sobre este delicioso fruto del que Colombia es el sexto productor del mundo.

Cuando llegaron los españoles a América hace ya unos cuanto años y vieron por primera vez un aguacate lo bautizaron como la Pera de las Indias porque se parecía, según ellos, a las que comemos en España y que, por cierto, a mí me encantan sobre todo las pequeñitas, las de San Juan, que aparecen a finales de junio coincidiendo con la festividad del santo. Luego le pusieron el nombre de Fruta del paraíso y ahora, según he leído por ahí, se le conoce como oro verde. Fue hacia 1600 cuando se introdujo su cultivo en España y de ahí saltó a medio mundo. ¿Y sabéis de dónde viene el nombre de aguacate? De la palabra ahuacatl que en nahuátl, que es una lengua precolombiana mexicana, quiere decir testículo y que puede tener que ve con la manera en que cuelga de las ramas del árbol donde crece o a lo mejor con su forma, vaya usted a saber.

Aquí en Colombia se come aguacate a todas horas y con todo: en ensaladas, como acompañamiento de cualquier plato, y ¡hasta en las sopas y guisos! como en el sancocho o en el ajiaco, plato colombiano por excelencia y del que es ingrediente fundamental. Yo antes de llegar aquí sólo conocía un tipo de aguacate, el Hass, que tiene la piel negra y arrugadilla y no es muy grande. Pero ahora los que más me gustan son esos aguacates gigantes (en la foto de abajo), de piel muy verde y muy fina, que se te deshacen en la boca y que venden en cualquier esquina. Y a vosotros, ¿os gusta el aguacate? 


Aquí os dejo un vídeo en el que se explica cómo pelar fácilmente un aguacate. Yo en España lo hacía mucho más complicado; aquí aprendí.







Edgar, el maestro platero

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Encuentro a Edgar Bernal descansando en el patio de la Escuela de Artes y Oficios Santo Domingo, en el centro de Bogotá, en la carrera 8 con calle 9Me invita a que charlemos un rato y yo, feliz, me siento a su lado. Desde hace muchos años es profesor de platería en este espacio que abrió sus puertas en 1995 en una preciosa vivienda de 1865, restaurada por Luis Restrepo, que fue cárcel, convento y colegio y donde ahora se enseñan otros oficios tradicionales como el trabajo en cuero, madera y bordados. 

Con 17 años, Edgar entró a trabajar de aprendiz en el taller de su padre y allí aprendió todas las técnicas de la platería que ahora enseña a sus alumnos. ¿Lo mejor de dar clases?, le pregunto. Cuando oigo eso de "maestro, muchas gracias; le aprendí algo", me dice con los ojos chispeantes y una preciosa sonrisa.

Entre los 60 y 80 la platería vivió en Bogotá su época dorada. Edgar me cuenta que funcionaban a todo gas grandes almacenes como La Florentina, Rojas Parra, Arturo Medina y Mano Salva, que compraban toneladas y toneladas de plata para producir las piezas que vendían. De todo eso ya no queda casi nada.

A Edgar le falta una pierna; la perdió el año pasado. La culpa la ha tenido el ácido nítrico y el cianuro que respiró durante muchos años trabajando la plata. Ahora, me dice, toman todo tipo de precauciones y medidas de seguridad. Está a la espera de una prótesis y sabe que tarde o temprano llegará porque tiene claro que quiere morirse caminando. Me despido de Edgar para perderme entre los patios y jardines de la escuela. Hago fotos de todos los rincones, de todas las esquinas. Qué sitio tan bonito para estudiar y para pasear. De verdad, merece una visita.

Podéis encontrar más fotos de la escuela en mi página de facebook Colombia de una.



domingo, 25 de marzo de 2012

Y empezó el Festival

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Ayer por la tarde estuve con mi amigo el fotógrafo Santiago Escobar Jaramillo viendo el desfile inaugural del Festival de Teatro Iberoamericano que se celebra en Bogotá cada dos años. Santiago hizo con su iphone un ejercicio rápido de fotografía: 24 fotos (un rollo) digitales en un corto espacio de tiempo: 24 minutos. Aquí tenéis una muestra. Muchas gracias Santiago por compartirlas.

Cada vez me gusta más ir al centro de Bogotá aunque, como ayer, me caiga un chaparrón encima de los que hacen historia.

viernes, 23 de marzo de 2012

El Pasaje Hernández

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Para mí el centro de Bogotá es otra ciudad dentro de la ciudad a la que me gusta ir cada vez que puedo a callejear sin rumbo fijo, con los ojos bien abiertos y preparada para la sorpresa que puede aparecer en cualquier esquina. 

El otro día salió el sol así que rápidamente agarré la cámara de fotos y me planté en la Plaza de Bolívar que viene a ser tan céntrica como la Plaza Mayor de Madrid. Y, como siempre hago, empecé a andar sin dirección esperando emocionada como una niña chiquita el regalo del día. Y ahí estaba el Pasaje Hernández, en la manzana ubicada entre las carreras 8 y 9 y las calles 12 y 13, con sus muros crema y aguamarina y ese aire moderno y parisino que le hacen presumir, y con razón, entre todos sus vecinos.

Hagamos un viaje en el tiempo. A finales del siglo XIX Bogotá era una ciudad de poco más de 100.000 habitantes que miraba con envidia a Europa, soñaba con sacudirse la pesada herencia colonial y ser como París, Londres y Milán. ¿Y cómo parecerse aunque fuera un poquito a estas grandes capitales? Construyendo en lo que era el eje central de la ciudad un galería comercial al estilo de las europeas. Los arquitectos Juan Ballesteros, Arturo Jaramillo y Gastón Lelarge se pusieron manos a la obra y diseñaron el Pasaje Hernández. Dividido en dos plantas con diecisiete locales cada una, en la de arriba se instalaron oficinas de médicos, ingenieros, abogados y también sastrerías, y abajo, almacenes y cigarrerías que vendían las mejores bebidas de importación.

De todo este glamour queda bien poco. En la planta baja ahora huele a pandebono y tamales y se vende ropa barata, minutos de celular, fotocopias y llamadas internacionales. Arriba la mitad de los locales están cerrados y tan sólo sobreviven dos o tres sastrerías y un zapatero. Pero sigue siendo una delicia pasear por este pasaje, oír crujir la madera de los suelos, ver colarse la luz por las marquesinas de vidrio de su techo, apoyarse en la barandilla de latón cromado, tomar fotos de sus faroles y helechos colgantes y soñar con románticas historias de la época.

Encontraréis más fotos del pasaje en mi página de facebook Colombia de una




miércoles, 21 de marzo de 2012

Yoga y meditación en tierra de los taironas

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¡Hola! Ya está colgado en internet mi segundo artículo para Proexport como bloguera oficial. Esta vez he escrito sobre el Parque Tayrona, a orillas del Caribe y uno de los sitios más bonitos de Colombia y creo que del mundo entero, donde estuve hace unas semanas haciendo un retiro de yoga y meditación.

Como os he contado ya en alguna ocasión me he comprometido con Proexport a enviar al menos dos posts al mes que colgarán en su página de Colombia Travel. Los artículos que sean más leídos y que generen más tráfico serán premiados con viajes por toda Colombia, así que, ya sabéis, ¡a leerme, por favor, que deseo con todo mi corazón recorrer este país y seguir escribiendo sobre él! Ojalá podáis ayudarme. Muchas gracias.

Podéis pinchar aquí para leer mi artículo y si os apetece podéis dejar un "Me gusta" o un comentario. Gracias de nuevo

La fábrica de papel

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Barichara, bautizado como el "pueblo más lindo de Colombia", tiene muchos sitios que visitar pero yo me quedo con uno: la fábrica de papel de la Fundación San Lorenzo, un encantador rincón levantado en las antiguas instalaciones de la Compañía Colombiana de Tabaco en el que se guarda con amor, celo y dedicación todo el proceso artesanal de fabricación con fibras naturales.

Nada más cruzar la pequeña y discreta puerta de entrada la fábrica me roba el corazón. Es temprano por la mañana y la luz juega revoltosa en el interior, regalándome un sorprendente juego de luces y sombras. El espacio es pequeño, para qué más, y está presidido por una enorme y antiquísima prensa de papel. Todo son detalles: las puertas y tuberías pintadas de azul, las florecitas de la pared, el suelo de barro, las cañas para secar el papel, las plantas de fique, los recipientes que guardan las cales, las mesas sobre las que se trabaja, los paños de algodón para separar los pliegos.

Amparo es una de las nueve mujeres que aquí trabajan junto a otros dos hombres. Me explica que el fique es mucho más duro que la piña por lo que una vez expulpado necesita reposar al menos tres meses en un recipiente con cal viva para que sus fibras se ablanden. Ambos, piña y fique, no se escapan de pasar por un proceso de hervido en ollas de cobre con lejía de cal y ceniza que las seguirá ablandando. Lavado, colado, golpeado con mazos de madera; otra vez lavado, colado, golpeado hasta conseguir una fibra suelta y fácilmente manejable. Y ya se pueden montar sobre marcos de aluminio los distintos pliegos que serán prensados para retirarles el agua antes de secarlos al sol, sin son blancos, y volver a ser prensados -en muchos casos durante meses- para conseguir un papel uniforme. Cuánto estoy aprendiendo aquí; qué maravilla. Amparo me cuenta además que para teñir el papel se utilizan tintes vegetales extraídos de verduras y árboles como la cebolla cabezona, el repollo, el eucalipto, el cedro, el achote. Los colores que se consiguen son preciosos.

Ya sabéis; si vais por Barichara no dejéis de visitar la fábrica donde hacen visitas guiadas y venden además artesanías realizadas en papel. Mientras tanto, aquí os dejo un vídeo muy interesante sobre este lugar; sólo tenéis que copiar el enlace de abajo, pegarlo en la ventana de búsqueda y listo. Espero que os guste. Encontraréis más fotos de la fábrica en facebook, en mi página Colombia de una.

https://www.facebook.com/photo.php?v=10150387713312141&set=vb.259388250771662&type=2&theater

martes, 20 de marzo de 2012

Perdidamente enamorada

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Juan Luis y Omayra me dejan muy temprano en Barichara. Hace un día precioso, soleado. El cielo es mucho más azul de lo que os podáis imaginar. Camino sin rumbo fijo, no hay prisa; tengo toda la mañana para descubrir el que dicen es uno de los pueblos más bonitos de toda Colombia y del que tantas veces me han hablado.

Las calles son todas de piedra de color anaranjado y las viviendas, de baharaque -sistema de construcción a base de palos entretejidos con cañas y barro-, y de un blanco inmaculado. Puertas y ventanas están primorosamente pintadas de verde y azulado. Todo es colonial, muy limpio y cuidado. Refugiada del sol bajo mi sombrero de paja llego a la plaza principal donde se levanta la Iglesia de la Inmaculada Concepción y San Lorenzo Mártir, construida de la cabeza a los pies en piedra extraída de las canteras cercanas. En el interior, el techo es de madera y paja y el suelo de cerámica de cemento coloridamente adornada. En España a estas baldosas las llamamos hidráulicas y las aprendimos a hacer de los árabes. Mamá, esta iglesia te encantaría; ojalá pronto podamos volver juntas a visitarla. Hace un fresquito delicioso y el silencio y la sombra invitan al recogimiento. Es lo que hago sentada en uno de los bancos de madera mientras oigo a los lejos sonar la música que en Colombia está por todas partes.

Salgo por una de las puertas laterales y comienzo a andar cuesta arriba. Esta callecita está repleta de pequeños hoteles y decido entrar en uno de ellos, la Posada del Campanario, un lugar precioso, construido alrededor de un patio cuajado de hibiscus. Desde el mirador de arriba las vistas de la iglesia y de toda Barichara son impresionantes; hago miles de fotos.

Llego a la Iglesia de Santa Barbara -para mí la más bonita de todo el pueblo-, de piedra, estilo románico, una sola nave central con dos alturas, altar de madera pintado al estilo andaluz y un diminuto y coqueto campanario. Frente a su entrada principal hay una ceiba de casi 300 años. Me siento embobada frente a ella; pocos árboles tan grandes he visto en mi vida. Como hace tanto calor no paran de cantar las chicharras y los grillos y me vienen a la memoria los calurosos veranos de España. Ricardo ha venido desde Bogotá para decorar la iglesia donde esta tarde se celebrará una boda. Ha traído calas, rosas y margaritas que esparcirá por todo el suelo a modo de pasillo nupcial. Chicas, tomad nota; esta iglesia es un lugar precioso para casarse.

Enfilo cuesta abajo y no me resisto a entrar en la Fábrica de cocadas y cacaítos La Catedral. ¿Qué qué son los cacaítos? Unos dulces hecho con leche de cabra, cacao, panela, coco y limón. La dueña del establecimiento me muestra, además, el dulce de naranja, el de piña, el sabajón –una bebida preparada con arequipe y algo parecido a la crema de wisky- y no sé cuántas cosas más. Cargo mi mochila con todas estas dulces delicias. Al salir, miro calle arriba para contemplar desde otra perspectiva la que ya se ha convertido en una de mis iglesias preferidas de todas las que he visto en mis viajes. Antes de seguir caminando reparo en un cartel: “Se venden hormigas culonas tostadas”. Tengo que decir que probé hace unos días este típico plato del Departamento de Santander, al que pertenece Barichara, y, como dicen en España, no es santo de mi devoción. Vamos, que no me gusta nada de nada.

Callejeo y callejeo por este pueblo en el que parece que el tiempo se ha detenido; entro en una tiendita, en la otra. Hago fotos, curioseo por las ventanas. Todo en Baricharara es lindísimo y, de verdad, no estoy exagerando. Como hace tanto calor, y tengo que esperar a que vengan a buscarme, decido refugiarme en la Mercatienda Centro, toda una institución en el pueblo, donde puedes encontrar desde una cerveza helada –que es lo que me tomo nada más llegar- hasta un par de cotizas, las alpagartas típicas de los campesinos –muy utilizadas también en España-, que ahora todo el mundo gusta calzar y que para hacerlas más cómodas y menos resbaladizas las fabrican con suela de plástico y no de cuero de vaca como hace años.

Con Álvaro Vargas, el dueño del establecimiento, hablo del cabrito, la pepitoria y la carne oreada, platos típicos de Barichara; la chicha que elaboran una calle más abajo a base de maíz amarillo; las artesanías en piedra y del guarapo de canela otra bebida de la zona. Desde la mesa de al lado, Carlos identifica mi acento y me pregunta que dónde soy y, casualidades de la vida o causalidades qué sé yo- su madre vive desde hace años en Murcia, mi ciudad, donde trabaja como dentista. El es cocinero, de Bucaramanga, y ha venido con su novia Sandra a organizar su boda que se celebrará aquí en junio. Es un enamorado de la cocina y, claro, como no podía ser de otro modo, en España probó miles de platos de los que me enseña las fotos que guarda en su teléfono móvil, consiguiendo que se me haga la boca agua.

Charlo con Fabián y Gina que han viajado desde Bogotá a pasar el puente. No conocían Barichara y, como son jóvenes y les gusta la emoción, mañana harán rafting y torrentismo por la zona de San Gil, meca de los amantes de los deportes de aventura. Si tuviera más días y más tiempo los acompañaba. Juan Luis y Omayra me telefonean para decirme que ya están en la Plaza. Se acabo el paseo y regreso a la finca, donde paso estos días, perdidamente enamorada de Barichara.

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domingo, 18 de marzo de 2012

Yeimy

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Se levanta todos los días a las cinco de la mañana; Sandra, su madre, le tiene preparado el desayuno. Si el camino está seco tendrá la suerte de que la lleven a la escuela en moto; si llovió la noche anterior no le quedará más remedio que ir andando. Me cuenta que cuando comienza a caminar todavía es de noche; no tiene miedo pero para no caerse debe andar con mucho cuidado. Se llama Yeimy, tiene 12 años, la cara pecosa, unos enormes ojos verdes y una preciosa sonrisa.

Vive feliz con su familia en una finca a las afueras de Barichara, que sus padres cuidan, rodeada de perros, pájaros, caballos y gallinas. Un buen día, la guerrilla les echó de la casa en la que trabajaban entre Contratación y San Benito, en el Departamento de Santander. Yeimy tenía entonces cuatro años. Salieron a caballo deprisa y corriendo, con lo puesto, su papá, herido y Lizeth Bibiana, la hermana pequeña, recién nacida. Tras dar vueltas y vueltas terminaron en Bogotá donde empezaron desde cero una nueva vida. Acostumbrados a vivir en el campo no fue fácil la gran ciudad por lo que, a los cuatro años, aceptaron hacerse cargo de otra finca. Pero allí los insectos e insecticidas hicieron enfermar a Yeimy que vivía llena de heridas y picaduras. Hasta que un buen día sonó el teléfono y Juan Luis y Cuca les ofrecieron un trabajo cerca de Barichara y aquí están, y aquí la he conocido.

En el colegio Yeimy (en la foto de abajo con su hermana) es la alumna más destacada de la clase. Le gusta la ciencia, la tecnología y, como me cuenta, la investigación del medio ambiente. De mayor quiere ser enfermera o, por qué no, veterinaria. Escribe poemas y ama a los bebes, como Alpha, que acaba de llegar y a quien cuida con verdadera ternura. Tiene claro que lo mejor de vivir en la finca es levantarse por la mañana, ver los árboles y sentir el viento en la cara. Bogotá, dice, no le gusta tanto porque está muy lejos del campo.

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viernes, 16 de marzo de 2012

Los 30 años del Grupo Niche

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¿Sabías que el próximo mes de mayo el Grupo Niche, una de las agrupaciones de salsa más famosas de Colombia donde es toda una institución, cumple 30 años? Pues sí y acabo de oír en la radio que lo van a celebrar por todo lo alto con grandes conciertos por todo el país. Estaremos atentos para participar en el cumpleaños.

Vamos a hacer un poco de historia. 1980, Bogotá.  Los amantes de la salsa sólo escuchan lo que llega de Nueva York y Puerto Rico. No hay ningún grupo colombiano que les guste. Jairo Varela se pone las pilas y reúne a un puñado de jóvenes músicos de su Chocó natal como Antonio Oxamendi o el trombonista Fernando Martínez -que luego fundaría la Orquesta Guayacán- para empezar a tocar ¿Y cómo consiguen abrirse hueco en el mercado? Pues mezclando ritmos afroantillanos -que fueron todo un boom en los 70- con los folclóricos de la costa del Pacífico e introduciendo en las letras de las canciones temas hasta ahora ignorados en la música como la vida de  los negros, la marginalidad o la pobreza. El mensaje y el nuevo sonido calan hondo y gustan mucho al público. Ya en los 90 Jairo da un giro de 180 grados y empieza a cantar al amor. Pero retrocedamos un poquito en el tiempo hasta 1984 cuando graban Cali pachanguero que se convierte en el himno del grupo y de la ciudad donde ya están instalados. Dos años más tarde se convierten en la segunda orquesta colombiana -después de Fruko y sus Tesos-, en pisar el Madison Square Garden y de allí, directos al estrellato y a sus primeros conciertos por Estados Unidos, toda Europa y Latinoamérica. Todos los aman y sus discos arrasan en el mercado.

Cantantes han pasado muchos por el Grupo Niche, problemas ha habido de todo tipo -cárcel incluida-, pero lo que está claro es que fueron capaces de demostrar que Colombia era algo más que cumbias, porros y vallenatos y que aquí también se sabía hacer salsa con suficiente calidad para exportarla. Sí señor. ¿Qué tema o temas te gustan más del Grupo Niche? A mí, muchos, pero éste de Cali Pachanguero se lo quiero dedicar a mi amiga Paula.

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miércoles, 14 de marzo de 2012

El Señor de los Milagros de Buga

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El otro día desde España alguien a quien quiero mucho leyó mi artículo sobre la capilla del Gimnasio Moderno y me animó a descubrir otros templos en Bogotá. Ayer, andando por la carrera séptima a la altura de la calle veinte, en pleno centro de la ciudad, reparé en la fachada a franjas rojas y amarillas de la Iglesia de Nuestra Señora de las Nieves -con sus campanarios que simulan torreones y sus motivos geométricos- y, acordándome de mi promesa y animada por la curiosidad de semejante despliegue decorativo, decidí entrar. 

Mi sorpresa fue al descubrir que también todo el interior está pintado como la fachada, inspirado, creo yo, en la española mezquita de Córdoba y en un estilo que alguien ha definido como romántico-bizantino. Antes de seguir, un inciso: esta iglesia fue levantada en 1585 sobre una pequeña ermita que había mandado construir Don Cristóbal Ortiz Bernal. El terremoto de 1917 afectó gravemente su estructura por lo que tuvo que ser demolida y construida de nuevo años más tarde. Pero volvamos a mi visita. Una vez dentro, recorrí en silencio y admirada toda la nave central repleta de columnas, reparando en sus diez capillas laterales y en especial, en una dedicada al Cristo crucificado ante la que se paraba mucha gente a rezar. Concentrada estaba yo cuando apareció un sacerdote al que, ni corta ni perezosa, abordé para pedirle toda la información posible sobre esta venerada figura. Don Gabriel Londoño, párroco de la iglesia y vicario del arzobispo, me contó amablemente que la imagen es una réplica del Señor de los Milagros de Buga que, según cuenta la tradición, apareció en un río de esta localidad cercana a Cali en 1570. Desde entonces, millones de personas peregrinan al año hasta allí para pedirle favores. En Bogotá también se quiere mucho a este Cristo y todos los días 14 de cada mes, miles de personas se acercan hasta la Iglesia de Nuestra Señora de las Nieves a rezarle y pedirle. Hoy, si puedo, los acompañaré.

Y vosotros, ¿conocéis esta iglesia?, ¿habéis oído hablar del Señor de los Milagros de Buga?

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martes, 13 de marzo de 2012

El rancho kogui de Juan Luis y Cuca


Son colombianos. Se conocieron un buen día en 1982 y ya no se separaron. A los pocos meses Cuca decidió dejarlo todo y acompañar a Juan Luis a la Sierra Nevada de Santa Marta donde iba a hacer su año de prácticas tras acabar Medicina. Entonces no había carreteras ni nada que se le pareciera y para llegar a Ciudad Perdida, su primer destino, no les quedó otra que caminar y caminar cargados hasta arriba durante dos días. Pero ni eso ni nada les importó: en la sierra fueron muy felices, soñaron mucho y aprendieron más. A la vuelta, en su finca de Gachancipá, muy cerquita de Bogotá y donde había estudiado sus últimos años de carrera, Juan Luis levantó poquito a poco y con mucho amor, un bohío (en la foto), idéntico al que sirve de vivienda a los indígenas koguis (abajo en la foto), los Hijos del Jaguar, descendientes de la antigua cultura tayrona, con los que convivieron en la sierra.

Os cuento que para los indígenas la Sierra Nevada es una casa ceremonial; el lugar que concentra toda la responsabilidad con el resto de Universo, desde donde se vigila y custodia lo sagrado y lo vital para el Planeta, la base y unión con lo espiritual. Es el cordón umbilical que une el origen y el presente, lo espiritual y lo material, es la unión con la Madre. Y allí, en plena sierra, estuvieron viviendo Juan Luis y Cuca.

Este domingo los acompañé a su refugio; también vinieron Natalia y Camilo. El rancho es precioso y tiene una energía muy especial, pero lo que realmente me fascinó es el bosque andino que lo rodea -y se llama así porque está por encima de la selva húmeda tropical- y que Juan Luis lleva plantando desde hace más de treinta años. Hay raques, robles, romeros, encenillos, cedrillos, pinos romerones, alisos, palmas de cera, el árbol nacional de Colombia. Y raques, arrayanes, cerezos, bromelias, orquídeas, y un montón de especies más. Un auténtico vergel que recorrí feliz a su lado. Rematamos el día con un delicioso ceviche de corvina con maracuyá preparado por Cucamazorcas de maíz -muy típicas también en Murcia, mi ciudad-, y carne a la brasa cocinada con la ayuda de Misael. De despedida, Juan Luis nos tenía preparada una sorpresa: las vistas desde lo alto del páramo -que tantas veces ha recorrido con su caballo Piropo- de la laguna de Tominé y todos los pueblitos que la rodean. Gracias a todos por este día tan especial. Me encantó conoceros y ojalá volvamos pronto.

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lunes, 12 de marzo de 2012

La capilla del Gimnasio Moderno


Sitios en Bogotá que me gusten hay muchos, muchísimos diría yo, pero para hoy he elegido uno muy especial. Siempre que voy andando desde mi casa -en el barrio de Chapinero alto- hacia el norte, primero camino por la carrera séptima -la de más tráfico y ruido de toda la ciudad- y luego por la novena. Coches y coches, ruido y más ruido, buses y buses, gente y más gente, hasta que llego a la altura de la calle 74 y cruzo la verja del Gimnasio Moderno -que, a pesar de su nombre, es un colegio fundado en 1914 al más puro estilo inglés entre maravillosos jardines (abajo en la foto). Aquí nada más se oye el cantar de los pájaros y las voces de los alumnos jugando al fútbol. Y en medio de este remanso de paz se levanta mi rincón secreto: la capilla que podéis ver en la foto, diseñada en 1954 por el arquitecto Juvenal Moya, con cálculos estructurales de Guillermo González Zuleta e inspirada en la proyectada por Oscar Niemeyer en la ciudad brasileña de Pampulha. La idea Niemeyer de utilizar delgadas bóvedas de membrana en concreto -cemento- de manera que desempeñaran a la vez el papel de muros y cubiertas, atrajo la atención de los arquitectos colombianos, quienes levantaron más de una docena de variantes locales no sólo en Bogotá, sino en otras ciudades como Cúcuta, Armenia, Barranquilla o Medellín

Para entrar en la capilla atravieso dos inmensas puertas doradas. No hay nadie dentro y me siento en el último banco de madera. Huele a flores, hace mucho sol y la luz se cuela revoltosa por las cerca de 1.500 coloridas vidrieras traídas desde Francia. Alguien me recuerda que la llaman el aula de colores porque los niños reciben aquí clases de coro. No soy practicante pero sí católica y este lugar me acerca a Dios. El interior de la capilla está diseñado en forma de cruz griega con cuatro brazos de igual longitud. Qué raro, ¿por qué optarían por esta composición rígida y estrictamente simétrica al etilo de las iglesias cristianas del siglo IX que le resta dinamismo al interior y obliga a colocar el altar en el centro en contraste con la gran espectacularidad cromática que dan los ventanales? Pues no lo sé, la verdad.

Recorro la capilla en silencio y me pregunto lo audaz y original que tuvo que ser para la época. Fuera contemplo el sistema de cáscaras de concreto que no deben tener más de cinco centímetros. Los jardines son preciosos: hay robles, eucaliptos, pinos, palmas. Me siento a la sombra de una acacia plateada mientras agradezco estos minutos de paz y tranquilidad y tomo fuerzas antes de volver a salir al bullicio de la ciudad. Y vosotros, ¿conocéis esta capilla? ¿y el Gimnasio Moderno?

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sábado, 10 de marzo de 2012

Mi entrevista en la twitcam de "El Tiempo"

Muchos me habéis pedido que cuelgue fotos mías, que os cuente más cosas de mí, que queréis conocerme. Bueno, pues aquí me tenéis en una entrevista que me ha hecho el periódico "El Tiempo" para su twitcam. ¡Feliz fín de semana!

Ahí va en enlace

viernes, 9 de marzo de 2012

5 al día


En Colombia, cumplir la recomendación de la OMS de tomar 5 piezas de frutas y verduras al día es tarea bien fácil. Yo en Bogotá voy andando por la calle y en cada esquina me encuentro un puestico donde venden fresas, piña, ciruelas, mango, manzanas, duraznos, uvas, papaya, banano, sandía, melón y yo qué sé cuantas frutas más. Además ¡hasta te las dan peladitas y cortaditas para que sólo tengas que comértelas! Y a un precio muy económico: un vasito hasta arriba de fruta cuesta 1.000 pesos que viene a ser menos de medio euro. Qué felicidad. ¡Ah! Y no me puedo olvidar del salpicón- la macedonia española- y de lo que llaman ensalada que lleva fruta cortada, leche condensada y mucho queso rallado por encima. ¿Fruta con queso? Pues sí; a mí esta mezcla no me gusta mucho, y eso que se ve bien apetitosa, pero a muchos colombianos les vuelve locos.

Me encanta además ir a los mercados y supermercados y perderme entre tanta variedad de frutas algunas de ellas para mí desconocidas hasta hace unos meses: pitayas, guanábanas, granadillas, maracuyá, tomate de árboluchuvas... Una de mis preferidas es el lulo (abajo en la foto), conocido también como naranjilla, nuquí o chipiguaba, y los jugos que se hacen con él son deliciosos. Su sabor es agridulce, así que a mí me gusta ponerle un poquito de azúcar.  Se cultiva principalmente en el Departamento del Huila y, además de estar riquísimo, es refrescante, tiene mucho hierro, ayuda a conciliar el sueño, alivia enfermedades nerviosas, diuretiza y limpia la sangre, mejora en casos de arteriosclerosis, regula la hipertensión y no sé cuántas cosas más. ¡Ahora entiendo por qué me encuentro tan bien desde que llegué a Colombia! ¿Y qué me decís de la lulada, bebida típica del Valle del Cauca hecha con trozos de lulo, zumo de limón y azúcar? Para morirse. Definitivamente, Colombia es un paraíso.

¿Y cuál es vuestra fruta preferida? 

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miércoles, 7 de marzo de 2012

Shultes, el curare y Anapaporis


Los veis en la foto en las cataratas de Yayacopi junto a un grupo de niños de la tribu macuna. Se llama Richard Evans Shultes y un buen día, allá por los años 30, abandonó su cómodo y reconocido puesto como doctor de Botánica en la Universidad de Harvard para perderse en la Amazonía colombiana donde pasó más de doce años conviviendo con los indígenas, llegó a clasificar más de 24.000 especies de plantas y descubrir 2.000 nuevas.

Shultes vino a Colombia a investigar sobre el curare, el veneno que los indígenas del Amazonas usaban -y siguen usando- para cazar- y que se quería empezar a utilizar como anestésico y relajante muscular. Estalló la Segunda Guerra Mundial, quiso alistarse en el Ejército, pero el gobierno de su país le pidió que permaneciera en la selva y buscara una alternativa al caucho que Estados Unidos importaba de Asia pero que con la guerra empezaba a escasear. Hizo caso y se quedó, estableciendo una relación muy especial con los indígenas porque, como he leído por ahí, aunque era blanco, no venía ni a esclavizarlos, como los caucheros; ni a cambiar su alma, como los misioneros; ni a medirles el cuerpo, como los antropólogos, sino a interesarse por lo mismo que ellos: las plantas. ¿Y qué hizo durante todos estos años? Pues, entre otras cosas, hacer miles de fotos e investigar sobre alucinógenos y sus utilidades por las comunidades indígenas.

La primera vez que oí hablar de Shultes fue hace unos años cuando vine a Bogotá y una amiga me recomendó El río, obra de su discípulo Wade Davis y todo un canto de amor a Colombia, el Amazonas y a este maestro de Harvard. Al regresar a España devoré literalmente el libro y a través de sus páginas viaje hasta esos parajes y vidas tan lejanas y desconocidas para mí. Ayer, en una oscura y callada sala de cine, el legendario botánico regresó a mi vida en las primeras imágenes de Anapaporis, secretos de la selva, magnífico documental del colombiano José Antonio Dorado -también director de El rey-, que cuestiona la desaparición de las lenguas nativas y el conocimiento ancestral y que lleva el nombre del amazónico y sagrado río. Os lo recomiendo.

Quiero ir al Amazonas y tendré en cuenta los tres consejos que Shultes le dio a uno de sus discípulos: “No uses botas de cuero, es inútil: las serpientes pican en el cuello. Lleva un casco duro de explorador. No regreses sin tomar yagé”. Y vosotros, ¿conocéis ya el Amazonas?

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Medellín, impecable e imparable


Hace meses, y por encargo de Satena para su revista Volar, escribí un reportaje sobre Medellín que fui compartiendo con vosotros en pequeñas entregas, pero que hoy me gustaría que pudierais leer entero aunque sé que algunos ya lo han hecho. Aquí está el enlace. Lo titulé Medellín, impecable e imparable porque esa fue la imagen que me llevé después de estar una semana allí y recorrerla de arriba a abajo. Realmente la ciudad me cautivó, tengo allí muy buenos amigos y espero volver muy pronto. Y a vosotros, ¿qué os parece Medellín?

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martes, 6 de marzo de 2012

Que alguien haga algo por favor


Ringgggggg. ¿Otra vez el despertador un domingo a las seis de la mañana? Nada, que no tengo solución. ¿Y dónde nos vamos hoy? Al Desierto de la Tatacoita, a 65 kilómetros de Bogotá ¿Me acompañas? ¿Sí? Pues vamos. No hay excursión que se precie sin un buen desayuno, así que paramos en Nemocón, nombre que significa "lamento o rugido del guerrero" al ser el lugar donde se reunían los indígenas para llorar la derrota y muerte de sus jefes. Ahora es un bonito pueblo de coloridas fachadas adornadas con pasajes bíblicos, flores, libélulas, mariposas, nubes y toda clase de fantasías pictóricas salidas de los pinceles de Juan Carlos Morales. La mina no la visitamos porque vamos justos de tiempo -otra vez será- pero sí que llenamos nuestros estómagos para la caminata que nos espera (ya me veis en la foto). 


Antes de empezar nuestra ruta debéis saber que este desierto era un paraje bien desconocido hasta que mis amigos del grupo Caminantes del retorno lo descubrieran siguiendo las indicaciones de la gente del lugar y lo llamaran Desierto de Tatacoita por parecerse mucho, pero en pequeñito, al Desierto de la Tatacoa que hay en el Departamento del Huila y que estoy deseando conocer. Por cierto, una tatacoa es una serpiente ya desaparecida y parecida a la cascabel y este nombre se lo dieron los españoles por la cantidad de reptiles que se encontraron por la zona. Bueno, menos charla y más caminar que nos queda mucho por delante.

El sitio es precioso: como podéis ver en las fotos la erosión durante cientos y cientos de años ha formado un gran cañón en el que las arenas y las arcillas han labrado laberintos y cárcavas de increíble belleza y disparatadas formas. Cruzamos riachuelos y encontramos cactus, pinos, acacias, fiques, y mil y un arbustos. Esta vegetación, a veces tan árida, me recuerda mucho a España. ¡Y también el calor que hace! Francesca dice que se parece a la Capadocia en Turquía y tiene toda la razón. Hasta aquí todo bien pero de repente ¡¡horror!! Nos topamos de frente con una mina de arena -de las que sacan material para la construcción en Bogotá- que como una fiera, y sin compasión, está devorando estas formaciones y acabando con el paraje y eso que lo "venden" como el gran atractivo turístico de la zona. Jairo, nuestro guía, nos cuenta que en cuatro años el desastre ha sido total, nada es lo que era y la arena que mueve la mina está sepultando día tras día y sin descanso todo lo que encuentra a su paso. Los ciclistas han dejado de venir porque ya no pueden hacer sus rutas; nosotros tenemos que sortear montañas de arena para encontrar nuestro camino. De verdad que dan ganas de llorar. Haciendo de tripas corazón paramos a almorzar en un alto desde donde divisamos el triste panorama. Ante esto sólo puedo decir ¡Que alguien haga algo por favor! Y a vosotros todo esto ¿qué os parece?

* Todas las fotos son de mi amigo Jorge Bela menos la de abajo que es de Caminantes del retorno


En esta primera foto podéis ver el desastre...








domingo, 4 de marzo de 2012

La Playa del Amor


Recuerdo que era enero, en España hacía mucho frío, rompí la hucha, tomé un avión y me vine a Colombia a ver a Dani. Estuvimos unos días en Bogotá y luego volamos al Parque Tayrona. Nunca olvidaré la primera vez que vi el azul de ese mar, la arena de las playas. Tanto tanto me gustó que prometí volver. Cuatro años han pasado, los astros me han ayudado, la promesa se ha cumplido y he vuelto a pisar este mágico lugar a orillas del caribe colombiano.

Rincones en el Tayrona hay miles pero yo me quedo con uno: la Playa del Amor. Qué sugerente nombre y qué bonito lugar. Para llegar hasta aquí hay que tomar un sendero desde la Playa de Gairaca. Diez minutos entre árboles, arbustos, maleza y de repente, plas, una playa a tus pies como las de las películas. Al verla desde arriba tienes tantas ganas de llegar que no hay que dejar que la emoción te haga tropezar y caerte al suelo en el último tramo del camino que es el más empinado.

Lo primero que hago al llegar es quitarme los zapatos y pasear descalza sobre esa arena que veis en la foto; lo segundo, nadar, nadar y nadar; y lo tercero tratar de encontrar, sin éxito, la piedra en forma de corazón que todo el que viene aquí busca para entregar a su vuelta a la persona amada. No hay suerte, otra vez será pero ¿si la hubiera encontrado a quién se la hubiera dado? No sé, no sé. Estoy con Guillermo, Bárbara –que ha venido desde Austria a conocer Colombia-, Cristina, Marta y Mónica que con su contagioso sentido del humor no paran de hacernos reír. No somos los únicos en playa y eso que suele ser bastante solitaria; nos acompaña un grupo de submarinistas listos para su primera inmersión en uno de los mejores fondos del país y en la barrera coralina más grande de todo el Tayrona. Mateo me cuenta que Calipso es la única empresa que puede bucear aquí. Lo apunto en mi agenda para otra ocasión. Hace mucho viento, el mar está precioso y me acuesto a la sombra de un árbol a descansar un rato. Paseo despacio hacia las rocas disfrutando del delicioso masaje en mis pies. Hay cangrejos correteando por todas partes. Antes de irme cierro los ojos y desde lo más profundo de mi corazón pido un deseo: volver pronto a este lugar.

Y vosotros, ¿conocéis el Tayrona? ¿habéis estado alguna vez en la Playa del Amor? ¿Encontrasteis la piedra?





viernes, 2 de marzo de 2012

Don Leopoldo


Encuentro a Don Leopoldo en Playa Gairaca arreglando su viejo cayuco hecho con un tronco de caracolí. Me invita amablemente a sentarme y charlar con él. Lleva visitando al Parque Tayrona, a orillas del caribe colombiano, desde los ocho años cuando empezó a acompañar a su padre a pescar las langostas que encontraban sin dificultad muy cerca de la orilla y que vendían por unos cuantos pesos a los restaurantes y hoteles de la zona. Ahora quedan bien pocas y se pagan a precio de oro. Desde entonces, y tiene 80 años, no ha habido semana que no haya dejado su casa y su familia en Taganga para perderse durante unos días en este refugio particular donde, me dice con una enorme sonrisa, lo pasa bien sabroso. 

Fue durante cincuenta años pescador y ahora está retirado. Hasta aquí le gusta venir solo, cargado de lo necesario para comer, pescar, tumbarse plácidamente en la hamaca en el patio de su pequeña casitapasear y, sobre todo, vivir sin horarios. Hablamos de vientos mientras sopla con fuerza el que viene del este y llaman La Loca. Me cuenta cómo son aquí las estaciones, las lluvias. Disfruto oyendo sus historias y mirando esos ojitos llenos de vida e ilusión. En silencio contemplamos el mar y su infinidad de colores. Le hablo de mí, de España, de mi familia. Me escucha con mucha atención. Llega la hora de despedirnos y lo hace con una frase: Colombia es un paraíso. Para mí, también, ¿y para ti?

jueves, 1 de marzo de 2012

¡100.000 visitas!


Hoy, 1 de marzo, es un día muy especial: mi blog ha superado las 100.000 visitas y quiero compartir esta feliz noticia con todos vosotros. No soy una adicta a los horóscopos, ni mucho menos, pero me gusta de vez en cuando consultarlos y hoy el mío me dice: "Te sentirás optimista y todo te saldrá bien. Aunque tendrás que trabajar mucho para lograr cualquier objetivo... tus metas son realizables: no lo olvides". ¿Y cuál es mi meta, cuáles son mis objetivos? Eso lo tengo claro: quiero seguir con este blog, compartir con vosotros todo lo que estoy aprendiendo y viviendo en Colombia y enseñar al mundo que este país es mucho más de lo que se empeñan en enseñarnos. GRACIAS  a todos.